En este país lo que verdaderamente se castiga es la pobreza; si eres pobre no tienes derechos, nadie te cree y en el arduo camino por ser escuchado se pierde lo poco que se posee: la familia, la salud y hasta la dignidad.
Por eso quiero dedicar este espacio para enviar un mensaje de esperanza, una palabra de aliento a todos aquellos que se enfrentan en tribunales a acreedores voraces, víctimas del poder del dinero, del tráfico de influencias y de la corrupción; a los caídos, a quienes sus abogados les fallaron, los que están a punto de agotar sus fuerzas ante sus problemas… ¡no se rindan! Por favor, no se rindan; mientras haya vida habrá esperanza y solución.
Esta vez se trata de dos personas del género masculino, ambos jefes de familia en edad adulta mayor que debieran merecidamente estar ya en la paz de su retiro laboral, pero por el contrario los últimos trece años los han vivido en los pasillos y antesalas de juzgados.
Gastando y pidiendo prestado para poder cubrir los costos de litigios en donde sus bienes, su vivienda, el patrimonio que un día soñaron dejar a su familia está a punto de perderse porque fueron juzgados sin atender a sus desigualdades; y por la impericia de quienes fueron sus defensores y terminaron hundiéndolos en un profundo abismo de impunidad al no haberlos representado como debió de ser.
El primer caso es el de Julio, nombre usado para proteger su verdadera identidad.
Su historia comenzó cuando pidió un préstamo de cincuenta mil pesos a una agiotista, cantidad a la que abonó pero sin recibo, y un segundo pagaré falso por el cual fue señalado de mora y llevado ante los tribunales para reclamar el pago que al día de hoy asciende a más de un millón de pesos por los intereses acumulados.
Ninguna de las opciones que le presentó su abogado le llevó a obtener la justicia que necesitaba, por el contrario, remedios mágicos y dilatorios complicaron su situación al grado de tener una fecha para el remate judicial de sus bienes por una deuda prácticamente impagable; eso sin considerar que lo gastado en los remedios involucró su pensión con financieras de tal suerte que son centavos en lugar de pesos lo que recibe para poder vivir.
Diego, nombre usado para proteger su verdadera identidad, dedicó toda su vida al servicio de una acomodada familia que hizo fortuna por el cultivo de café, cuando le tocaba su retiro fue despedido injustamente para no liquidarlo conforme a derecho, un hijo le recomendó no proceder legalmente por el finiquito y aceptar un trato.
Fueron doscientos mil pesos su retiro por más de treinta años de servicio los que aceptó, y compró con ello una pequeña finca, a la que dedicaría los últimos días de su vida a vivir en paz en su comunidad viendo crecer a sus nietos.
Su sueño lo truncó la llegada de una demanda por la misma cantidad que le cobraban en un pagaré que nunca firmó, pues sus expatrones le falsificaron la firma aduciendo un préstamo de dinero, esa mentira se hizo sentencia condenatoria debido a una mala defensa legal, en donde perdió el término de presentar un peritaje que demostrara que la firma, a simple vista diferente de la original, no era de su puño y letra.
Sorprende la facilidad que Diego tiene en el uso de términos jurídicos, estos trece años entre juzgados y leyendo su expediente le han llevado a aprender por las malas lo que no debió hacerse en su juicio y todas las veces que perdió, apelaciones, amparos y demás.
Diego siente y sufre el dolor de la injusticia, su caso tomó el curso de delito pero no avanza, a los jueces no les importa la advertencia de desalojo que se cierne sobre él y su familia, para ellos es un caso más, un deudor que no quiso pagar.
Ambos representan la brecha de la desigualdad, ricos contra pobres, influyentes contra ignorados, ellos no deben con ellos el Estado está en deuda y vamos a acompañarlos en la búsqueda de la justicia y la recuperación de su dignidad.
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