Pobre país, pobre campo, golpeado y sumido en la pobreza sin que nadie haga algo, sin que a nadie le importe. El último clavo sobre el ataúd de la Financiera Rural, cuyo nombre final fue Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero (FND), lo pusieron los senadores de la República en su última y controversial sesión del mes de abril de este año.
Caso omiso hicieron los legisladores federales a los gritos de auxilio provenientes del campo, desde donde se exigía analizar con detenimiento y honradez la operatividad y funcionamiento de una banca de desarrollo que, con muchas fallas y ‘asegunes’ era su única fuente de financiamiento. Voces que pedían reformar sí, mejorar también, pero no desaparecer, pues con ello no desaparecía el problema.
Dejando las tierras hipotecadas, deudas pendientes, recursos que nunca se entregaron, garantías que no se devolvieron y un sinnúmero de trámites que ahora quedan en la incertidumbre; debido a la prisa de cumplirle al Presidente la encomienda dada.
Importa que a todos nos quede claro porque es grave tal extinción, y para eso tenemos que ponernos en el contexto de qué tan necesario es para todos nosotros el uso de créditos.
Es decir, ¿por qué pedimos prestado?, y sobre todo ¿a quién le pedimos prestado?, sin temor a equivocaciones ni duda de por medio, puedo decir que estamos cursando el quinto peor año para las personas que han tenido la necesidad en ese mismo lapso de recurrir a financiamientos y también para aquellas que ya no pudieron pagar y ahora están en situación de deuda.
Cada año desde hace cinco años, es decir desde el 2018 ha sido peor que el anterior, el factor principal es que a los prestamistas, llámese bancos o financieras privadas, se les ha dejado hacer todo lo que quieren bajo la mirada complaciente, permisiva y omisa de quienes tomaron el mando de la supervisión de los entes regulados.
De quienes al principio bajo el beneficio de la duda se les tachó de ignorantes, pero hoy se sabe han actuado con perversidad para proteger a los dueños del dinero, ya sea para colocar créditos caros, en condiciones abusivas o bien para arrebatarles su patrimonio si no pagan.
Así, es una gran cadena de complicidad la que se observa desde la publicidad engañosa al momento de ofrecer un crédito, la que se combina con la inmensa necesidad de obtener un alivio económico cuando el hambre o la necesidad aprietan.
Hasta la forma en que los tribunales se han convertido en una extensión de las agencias de cobranza que se contratan cuando se da la moratoria. De tal suerte que hasta desalojos pueden lograrse sin que agiotista tenga aún la escritura a su nombre del bien que intenta despojar, o el congelamiento de cuentas para poner de rodillas a los comerciantes.
Se necesita de veras estar de este lado, de lado del pueblo, de lado de los pobres antes clase media, para saber lo que se siente pedir prestado que abusen de esa necesidad y después que te hagan pedazos por no poder pagar, arrebatándote la dignidad de no tener modo de defenderse de un sistema opresor que cada día brinda más facilidades a los agiotistas de cuello blanco.
No es que no queramos pagar, no es que nos endeudemos porque estamos pide y pide prestado, o porque no sepamos ahorrar, o porque somos morosos por herencia. ¡Mentiras! Estamos endeudados porque no hay quien controle los abusos de los prestamistas.
Quienes apenas escucharon la confirmación de la desaparición de las financieras, ya levantaron la mano para diseñar productos financieros, préstamos, que se encaminen a atender a ese sector doblemente vulnerable, financieras cuyo nombre no puede mencionar, pero de las que de acuerdo a su historial se distinguen por ser leoninas y abusivas.
Y esas financieras serán ahora las encargadas de prestar a los productores para el cultivo de sus tierras, nada más imagínese usted. Es doloroso pensar en lo que nos espera porque todos dependemos del campo, ese campo que a los legisladores no les dio la gana proteger, pues fue más importante la política.